El hombre que calculaba - Malba Tahan
El hombre que calculaba - Malba Tahan (síntesis)
El hombre que calculaba de las obras de Julio César de Mello Souza más conocido por el sobrenombre de Malba Tahan, nació el 6 de Mayo de 1895, en la ciudad de Río de Janeiro, y murió en el estado Nordeste de Pernambuco el 18 de Junio de 1974, donde él dio una de sus muchas charlas . Bajo el seudónimo de Malba Tahan escribió más de 50 libros, a través de sus historias empleaba historias orientales para enseñar matemáticas entre sus libros el más conocido se titula “O Homem que Calculava”(El Hombre Que Calculaba), publicado por primera vez en 1938, estuvo recientemente en la lista de los libros más vendidos. Los registros muestran que desde la primera mitad del siglo XX, varias generaciones de brasileros se introdujeron en la cultura Árabe gracias a la influencia del más Árabe de los Cariocas (nativos de la ciudad de Río de Janeiro), el profesor de Matemáticas Julio César de Mello e Souza, más conocido como Malba Tahan estaba entre uno de ellos. En total, Julio César o Malba Tahan escribió 103 libros, incluyendo textos de ciencia ficción, obras escolares y libros científicos, y se han vendido más de 2.6 millones de copias. El matemático Julio César de Mello e Souza se enamoró de la cultura árabe siendo niño, al leer “Las Mil Y Una Noches”. Sin embargo, fue en 1919, a los 23 años de edad, que él se introdujo en el estudio del lenguaje y la cultura Árabes. Entre 1919 y 1925, se dedicó por cuenta propia a leer el Talmud y el Corán, y a aprender historia y geografía de los países Árabes. Tal empresa se hizo evidente en la forma en que él desarrolló sus personajes, la sensibilidad con la que tejió sus diálogos llenos de poesía y sabiduría; en la verosimilitud de los escenarios descritos.
Malba Tahan fue un gran contador de historias, nacido en el Cairo, ha sido considerado un auténtico cheik el-Medah. Es por eso que su obra el Hombre Que Calculaba al ser uno de los más reconocidos se hablara sobre el y se resumir a un poco del contenido de dicho libro. Fue publicado por primera vez en 1938, ha sido traducido a más de 12 idiomas, incluyendo el Inglés, tanto el Americano como el Británico, el Español, el Italiano, El Francés, y el Catalán.
Ha recibido premios por la Academia Brasilera de Letras y se ha Ganado la admiración de autores imaginativos y populares incluyendo al Brasilero Montero Lobato (muy famoso por los libros infantiles) y al Argentino Jorge Luís Borges –el más reciente enamorado de los cuentos Árabes. El libro cuenta las aventuras de Beremiz Samir, un hombre con una gran habilidad para los cálculos. Beremiz resolvía problemas y situaciones complicadas de todos los estilos con gran talento, simplicidad, y precisión, de cualquier índole con el uso de las matemáticas.
El hombre que calculaba trajo aventuras en escenarios Árabes típicos junto con atractivas soluciones de problemas de álgebra y aritmética. Él libro ha alcanzado la hazaña de aparecer todavía en el quinto lugar en las listas de libros para chicos más vendidos publicada en el periódico O Globo, en mayo del año 2004.
Comencemos con el capítulo 1 de tal libro :
Capítulo 1
“En el cual encuentro, durante una excursión, un viajero singular. Qué hacía el viajero y cuáles eran las palabras que pronunciaba.”
En este capítulo se narra como cierta vez un hombre volvía, al paso lento de su camello, por el camino de Bagdad, de una excursión a la famosa ciudad de Samarra, en las márgenes del Tigris, cuando vio ,sentado en una piedra, a un viajero modestamente vestido, que parecía reposar de las fatigas de algún viaje. El hombre disponía a retirarse al desconocido el “zalam” cuando aquel hombre se levantó y le dijo lentamente :
-Un millón cuatrocientos veintitrés mil, setecientos cuarenta y cinco.
Para volverse a sentar y en silencio con la cabeza apoyada en la manos como en profunda meditación. Por lo cual el hombre se paro a cierta distancia y comenzó a mirarlo después auel viajero se levantó, nuevamente , y con voz clara y pausada, dijo otro número igualmente fabuloso:
- Dos millones, trescientos veintiún mil, ochocientos sesenta y seis.
Y así, varias veces, el extravagante viajero, puesto de pie, decía un número de varios millones, sentándose en seguida en la tosca piedra del camino. Sin saber refrenar la curiosidad aquel hombre se acerco al desconocido, y después de saludarlo en nombre de Alah (con Él en la oración y en la gloria), le pregunto el significado de aquellos números que sólo podrían figurar en proporciones gigantescas.
¡Forastero!, grito aquel hombre “Hombre que calculaba”, y le preguntó el porqué de la curiosidad que lo llevó a perturbar la marcha de sus cálculos y la serenidad de sus pensamientos. Así que aquel viajero decidido se dispuso a satisfacer su deseo. Para eso necesitaba contarle la historia de su vida. Y le narró aquel hombre lo siguiente:
Aquí es donde da comienzo el CAPÍTULO 2
En el cual Beremíz Samir, el “Hombre que calculaba”, cuenta la historia de su vida.
Cómo fue informado de los prodigiosos cálculos que realizaba y por qué se hicieron compañeros de viaje.
Aquel viajero comenzó a contarle su vida a aquel curioso hombre que observaba su concentración ; - Me llamo Beremíz Samir y nací en la pequeña aldea de Khoy, en Persia, a la sombra de la gran pirámide formada por el monte Ararat. Siendo muy joven todavía, me empleé como pastor al servicio de un rico señor de Khamat.
Después de esto el viajero prosiguió a contarle que actividades hacia y porque se encontraba ahí, todos los días, al salir el Sol, el viajero llevaba el gran rebaño al campo, debiendo meterlo de nuevo, al atardecer. Por temor de extraviar alguna oveja y ser por tal negligencia fuera castigado, varias veces contaba el rebaño durante el día. Fue , así, adquiriendo, poco a poco , tal habilidad para contar que, a veces, instantáneamente, calculaba sin error el rebaño entero. No contento con eso, paso a ejercitarse contando además los pájaros cuando, en parvadas, volaban por el cielo. Volviéndose habilísimo en el arte de contar. Al cabo de algunos meses, gracias a nuevos y constantes ejercicios, comenzó contando hormigas y otros pequeños insectos, llego a practicar la increíble proeza de contar todas las abejas de un enjambre. Esa hazaña de calculista nada valdría frente a las otras que más tarde practico . Fue entonces cuando su generoso amo, que poseía, en dos o tres oasis distantes, grandes plantaciones de dátiles, pues una vez informado de sus habilidades matemáticas, le encargó de dirigir su venta, contándolos de uno por uno en los cachos. Trabajando asía al pie de los datileros cerca de diez años. Contento con las Ganancias que obtuvo, el bondadoso patrón le concedió algunos meses de descanso, y por eso ahora se encontraba rumbo a Bagdad pues deseaba visitar a algunos parientes y admirar las bellas mezquitas y los suntuosos palacios de esa bella ciudad. Y para no perder el tiempo, se ejercita durante el viaje, contando los árboles que dan sombra a la región, las flores que la perfuman y los pájaros que vuelan en el cielo, entre las nubes.
Y señalando una vieja y grande higuera que se erguía a poca distancia, prosiguió:
Aquel árbol, por ejemplo, tiene doscientas ochenta y cuatro ramas. Sabiendo que cada rama tiene, término medio, trescientas cuarenta y siete hojas, se deduce fácilmente que aquel árbol tendrá un total de noventa y ocho mil quinientas cuarenta y ocho hojas. ¿Qué le parece, amigo?
¡Qué maravilla! –exclamo atónito el hombre -. ¡Es increíble que un hombre pueda contar todos los gajos de un árbol, y las flores de un jardín! Tal habilidad puede proporcionar a cualquier persona un medio seguro de ganar envidiables riquezas.
- ¿Cómo es eso? –preguntó Beremíz-, pues jamás pasó por su imaginación que pudiera ganarse dinero contando los millones de hojas de los árboles o los enjambres de abejas ¿Quién podría interesarse por el total de ramas de un árbol o por el número de pájaros que cruzan el cielo durante el día?
Vuestra admirable habilidad – explicó el hombre a Beremiz - podría ser empleada en veinte mil casos diferentes. En una gran capital como Constantinopla, o aún en Bagdad, serían muy útiles como auxiliar para el Gobierno. Podría calcular poblaciones, ejércitos y rebaños. Fácil le sería evaluar las riquezas del país, el valor de las colectas, los impuestos, las mercaderías y todos los recursos del Estado. Yo le aseguro –por las relaciones que mantengo, pues soy bagdalí , que no le sería difícil obtener una posición destacada junto al glorioso califa Al-Motacén (nuestro amo y señor). Podría , tal vez, ejercer el cargo de visir – tesorero o desempeñar las funciones de finanzas musulmanas.
- Si es así, joven – respondió el calculista- no dudo más, y te acompaño hacia Bagdad.
Y sin más preámbulo, Beremiz se acomodó como pudo encima de el camello (único que tenía aquel hombre ), rumbo a la ciudad gloriosa. De ahí en adelante, ligados por ese encuentro casual en medio del agreste camino, lograron hacerse compañeros y amigos inseparables.
Beremiz era de genio alegre y comunicativo. Joven aún –pues no tendría veintiséis años-, estaba dotado de gran inteligencia y notable aptitud para la ciencia de los números. Formulaba, a veces, sobre los acontecimientos más banales de la vida, comparaciones inesperadas que denotaban gran agudeza de espíritu y verdadero talento matemático. Beremíz también sabía contar historias y narrar episodios que ilustraban sus conversaciones, de por sí atrayentes y curiosas. A veces se pasaba varias horas, en profundo silencio, meditando sobre cálculos prodigiosos. En esas oportunidades el hombre se esforzaba por no perturbarlo, quedándose quieto, a fin de que pudiera hacer, con los recursos de su memoria privilegiada, nuevos descubrimientos en los misteriosos arcanos de la Matemática, ciencia que los árabes tanto cultivaron y engrandecieron.
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